El histórico pugilista tenía 73 años. Fue parte de la época dorada del boxeo argentino junto con Carlos Monzón y Víctor Galíndez, entre otros. Abandonó el boxeo, luego volvió para ser campeón del mundo y dejó su huella en la historia. Durante su última internación, se contagió de Covid-19 y eso agravó su estado de salud
El boxeo argentino está de luto: Miguel Ángel Castellini, uno de los emblemas de la época dorada del deporte en el país, murió este martes por la noche los 73 años tras contagiarse coronavirus a comienzos de la semana pasada.
Nacido el 26 de enero de 1947 en la ciudad de Santa Rosa, La Pampa, Castellini tocó el pináculo en el deporte de los puños cuando se consagró campeón del mundo de los medianos junior luego de vencer en fallo dividido al español José Durán Pérez frente a una multitud en el Palacio de Deportes de Madrid en el 76. De esta manera, se convirtió en el sexto boxeador argentino en coronarse como el rey mundial de una categoría.
Púgil estrella del Luna Park, de gran campaña en Europa, Miguel fue considerado parte vital de una generación inolvidable para la disciplina en Argentina. Compartió ese espacio con otros boxeadores de la talla del recordado Carlos Monzón, Ringo Bonavena, Nicolino Locche, Gustavo Ballas, Ubaldo Néstor Sacco, Horacio Saldaño y Víctor Galíndez, con quien además compartió una larga amistad.
Después de 15 años en el profesionalismo, en los que participó de 94 combates con un récord de 74 victorias de las cuales 51 fueron por KO, Castellini continuó trabajando en su gimnasio ubicado en pleno centro porteño. Pero fue en 2012 cuando tuvo su primer inconveniente de salud: en el verano de 2012 mientras se hallaba veraneando en la costa junto a su esposa Karina, aquel hombre que supo subirse al máximo escalón del boxeo en el mundo sufrió un ACV que luego se repitió en otras seis ocasiones.
En agosto pasado comenzó a tener problemas de salud y la familia decidió trasladarlo a un centro médico. Si bien retornó a su casa, su cuadro se agravó en los últimos días y Castellini tuvo que ser internado en el Hospital. Dentro de los estudios que se le realizaron producto de la situación sanitaria que atraviesa Argentina, se le hizo un hisopado a comienzos de la semana pasada en el que se confirmó que contrajo covid-19, enfermedad que conspiró contra su delicado cuadro de salud.
Castellini fue un boxeador del mundo. Tucumán, La Rioja, Bariloche fueron entre muchas las ciudades en las que peleaba para ganar dinero y volver a su querida Santa Rosa, siempre con el objetivo central de pisar el mítico Luna Park. Después de irse a vivir a Brasil y de trabajar como disc jockey, tocó el cielo con las manos aquella noche en Madrid. Una vez que logró el título mundial, al igual que ocurrió con Monzón, el pampeano se hizo amigo de Alain Delon. Es más, el famoso actor francés hasta lo ayudó a alquilar un departamento en pleno París.
En mayo pasado, en un artículo firmado por Ernesto Cherquis Bialo, el propio Castellini habló con el periodista. A pesar de la huella que dejó en ex púgil el problema que lo afectó hace ya varios años, el atleta que fue parte de la época dorada del deporte argentino en los 70 ‘s marcó cuál fue el objetivo de entrenar junto a los sueños de jóvenes promesas.
“Mi gimnasio siempre fue para enseñar, contener y ayudar a personas que quisieran descargar tensiones, aprender a defenderse o mejorar sus cuerpos; nunca pensé en manejar boxeadores profesionales. Y fui el primero o uno de los iniciadores en la enseñanza del boxeo femenino cuando ni me imaginaba que llegaría algún día a tener la aceptación y la popularidad que tiene hoy; en realidad hace más de 20 años yo les enseñaba a las mujeres que venían a mi academia –empleadas, abogadas, ejecutivas, estudiantes, médicas– como defenderse y saber aplicar un buen gancho abajo. Lo mismo que con los hombres, la mayoría de ellos eran profesionales universitarios. Por cierto que si venía un boxeador a prepararse le ofrecía las instalaciones, pero sin involucrarme en el negocio del boxeo”.
El boxeo argentino perdió a otra de las joyas más preciadas de su historia. Un hombre que, a pesar de no tener los flashes de otros pugilistas argentinos gloriosos, se quedó con una página imborrable para cualquiera que lo pudo ver estirar los brazos en un ring del mundo.