5.806 días, 139.344 horas después de su debut con la Selección, el 10 pudo festejar arrodillado como Diego Maradona en el Azteca.
¡Por fin! O aún más exacto, aunque suene fuerte: ¡por fin, la c… de la lora! Así, con esa puteada que sale del alma, mezcla de festejo y desahogo. Esa misma carajeada que Lionel Andrés Messi repitió mil veces, empezando en el club Grandoli, allá en la zona Sur de Rosario, hasta llegar al aliento que le regaló a Emiliano Martínez en Brasilia después de hacer su gol en la tanda de penales contra Colombia, en las semifinales. Porque ahora se puede gritar con fuerza y a todos los vientos: ¡Messi campeón con Argentina!
¡Por fin, la c… de la lora! Así de potente y contundente; así de argentino y tanguero. Nada de “vamos”, “joder” o “gilipollas”. Porque se ha dicho mil veces: Messi es tan argentino como el himno nacional, por mucho que lleve viviendo más años en España que en Argentina. Y es que Messi casi siempre putea así adentro de la cancha -para alentar a los suyos, para pelearse con un rival, para recriminarse-, porque en sus venas circula Rosario. Algunas veces el pueblo -tal vez convendría decir el pueblo de las redes sociales- le dio la espalda. Igual, lo siguió intentando La Pulga, más allá de que a la mochila que llevaba en sus hombros cada vez se le sumaban más kilos de frustraciones.
Pero ahora la foto anhelada es pura realidad y ahí está Messi torpemente feliz levantando una copa vestido de celeste y blanco. Y ahí están también los millones y millones de argentinos que lo querían ver así de torpemente feliz. Porque, hay que decirlo, la felicidad suele ser un poco sonsa.
Pasaron 5.806 días desde el debut con expulsión contra Hungría en Budapest, donde jugó apenas 43 segundos. “Tenía 18 años, pensaba que no volvía nunca más a la Selección. Se te cruzan un montón de cosas a la cabeza”, señaló tiempo después. Iluso, él. Y humilde, además. Porque Messi siempre se supo lo que fue y es desde hace tantos años: el mejor futbolista del planeta. Pero nunca se la creyó.
Fueron 139.344 horas de infinita calma desde la primera presentación para que el momento llegara. Y de qué manera decantó: ante Brasil, en el mítico Maracaná, con la 10 en la espalda del inmortal Diego Armando Maradona -y que ahora también es suya-, con la cinta de capitán en el brazo izquierdo. Y más: siendo líder adentro y afuera de la cancha.
Le dieron el trofeo de mejor jugador del torneo al rosarino, pero no le importó. Casi que se lo sacó de encima. Quería ir a buscar la otra copa, la que tantas veces le fue esquiva.
El fútbol le debía una alegría así a Lionel Messi. Seguramente nunca lo asegurará, pero este torneo será uno de los más importante de su carrera (soñemos con el Mundial de Qatar). Porque, se repite, esta Copa América combina alegría con desahogo. Por eso no hay mejor frase para describir este momento en el que finalmente encuentra a Leo levantando una copa con la camiseta nacional. ¡Por fin, la c… de la lora”.