Una multitud participó de la XII edición del ciclo que exhibió, de manera gratuita, obras maestras del cine mudo musicalizadas en vivo en los jardines del Museo Pueyrredón.
El único e inigualable Charles Chaplin fue el encargado de cerrar la XII edición del Festival de Cine y Música de San Isidro en los jardines del Museo Pueyrredón, por el que pasaron más de 5 mil personas.
La iniciativa, organizada y producida por la Subsecretaría General de Cultura del Municipio junto la Fundación Cinemateca Argentina (FCA), con el apoyo del Grupo Asegurador La Segunda, permitió que el público pudiera disfrutar en forma gratuita de grandes obras maestras del cine mudo acompañadas por música en vivo compuesta y ejecutada por prestigiosos artistas.
“Como siempre, esta edición fue una gran apuesta al reunir músicos contemporáneos y vanguardistas con cineastas e intérpretes del siglo XX que asombraron en su tiempo, y siguen haciéndolo, con un cine que, sin duda, nació moderno. Una cita de experimentación artística que el público acompañó y disfrutó. Algo que nos llena de orgullo y alegría, porque así crecemos juntos”, dijo Eleonora Jaureguiberry, subsecretaria general de Cultura de San Isidro.
Con música escrita sólo para la ocasión, que no se graba ni se distribuye, y en un ambiente distendido, el ciclo arrancó con Buster Keaton luchando contra viento y marea en El héroe del río (1928), bajo la música de la Antigua Jazz Band, entre Ellington, Joe K. Oliver y Fletcher Henderson, y siguió el jueves con los cortos El amante de la luna (1905), Fatty y Mabel a la deriva (1916), tan a la deriva que su cama de luna de miel terminó en medio del mar, Marido y mujer van en Tandem (1908) y Ted pisa el acelerador (1917) con la genial Gloria Swanson. Todos musicalizados por Marcelo Katz, un experto en la materia que alternó el piano con sintetizadores y efectos especiales, sonidos guturales y de botellas de vidrio colgadas, y hasta se puso un casco en varias escenas en las que las bicicletas chocaban sin pausa, a tono con el aire de comedia de esta edición.
El sello argentino, el viernes, fue un viaje en la pantalla y en la música. Ese día, los hermanos Adán y Andrés Stoessel volvieron a subirse a su Chevrolet 1928 para mostrarnos en Expedición Argentina Stoessel su travesía entre Buenos Aires y Nueva York. Los acordes fueron de Soneros del Calamaní, que echaron mano a jaranas (de cuerdas y mejicano), percusión afroamericana, marima de chonta (del pacífico colombiano) y otros instrumentos de América latina, matizados por la especial voz de Teresa Fiorenza.
“Muy felices de nuestra segunda vez en el festival, que representa todo un desafío”, comentó Nicolás Kühnert, de Soneros del Calamaní, antes de subir al escenario y de que una versión impecable y restaurada en 4k metiera de lleno a la platea en esa increíble aventura de 32.000 kilómetros y dos años.
“Es un orgullo que en nuestro país haya un festival así, de altísimo nivel, y que además trata tan bien a los artistas que siempre dan ganas de quedarse”, sostuvo anoche Eliana Liuni antes de tomar saxo, clarinete, armónica, percusión, sonidos fx, batería electrónica, loop y otros instrumentos para musicalizar, junto a Francisco Casares (voz y guitarra), al entrañable hombre de galera, bigotes y andar de pingüino en tres cortos sin pausa, Carlitos cambalachero (1916), Carlitos tramoyista (1916) y La calle de la paz (1917).
“Abarcamos tres décadas con películas de una modernidad en el lenguaje y en la comicidad que la gente disfrutó muchísimo, sumado a músicos en escena que hicieron un trabajo extraordinario y a un clima que acompañó del mejor modo. Una edición muy especial, ya que también festejamos, y a pura risa, los 70 años de nuestra fundación”, dijo Marcela Cassinelli, presidenta de la FCA.
“Nos encantaron los tres cortos, un cine sin edad, y la música nos pareció genial. Vamos a volver”, aseguraron Luna López Cruz y Lucio González, antes de dejar el museo y en su debut en el ciclo.
Un ciclo de músicos que rasparon tablas y apelaron a sonidos guturales, que hicieron sonar sintetizadores, gongs, instrumentos no convencionales y programaciones sonoras, y de un cine de tatarabuelos que cautivó en San Isidro a varias generaciones para dejar claro que el arte, cuando es de calidad, no tiene fecha de vencimiento.