Los estudios muestran que una proporción casi igual de gente siente que el tiempo pasa más lento que lo que perciben que pasa más rápido


En los momentos difíciles, la banda canadiense BADBADNOTGOOD cantaba: “Time moves slow when you wait by the phone, and the time moves slow when you’re all alone (El tiempo pasa lento cuando esperas en el teléfono, y el tiempo pasa lento cuando estás totalmente solo)”. Y para Jarabe de Palo, «Tiempo es una palabra que empieza y que se acaba, que se bebe y se termina, que corre despacio y que pasa deprisa». La música y la literatura están llenas de admiración por el tiempo y sus misterios.

Sentir que el tiempo en algunos momentos se estanca y que en otros se acelera es una experiencia común. De hecho, la mayoría de las personas (más del 80%) expresa haber vivido distorsiones en el paso de los días durante el confinamiento. Tanto es así que en 2020 se ha acuñado un nuevo término, blursday, en referencia a la dificultad para determinar el día de la semana.

Curiosamente, para la mitad de las personas los meses de confinamiento han transcurrido más despacio, mientras que para la otra mitad han sido muy breves. ¿Qué causa esta división? En general, el confinamiento hizo que viviéramos situaciones y rutinas similares. ¿Por qué han surgido entonces dos percepciones opuestas del tiempo?

Relojes en el cerebro

Antes de que se inventaran los primeros instrumentos de medida, el cerebro ya contaba con sus propios relojes biológicos. Ciertas regiones del sistema nervioso tienen un funcionamiento cíclico con el que controlan procesos básicos como el sueño o el hambre. Pero esos procesos elementales siguen un ritmo relativamente lento, en torno a 24 horas. Gran parte de lo que vivimos ocurre en intervalos de tiempo menores, desde algo menos de un segundo hasta unas cuantas horas.

En la neurociencia actual aún existe el debate sobre cómo se las ingenia el cerebro para estimar la duración de lo que sucede. Las investigaciones apuntan a que lo logra gracias a una suerte de “segundero” interno. Uno de los modelos más influyentes plantea que las reacciones emocionales sirven como unidad de medida del tiempo. Las emociones producen cambios subjetivos y corporales, como en la tensión de los músculos o en la respiración, que ayudarían al cerebro a reconstruir temporalmente el evento.

Según este modelo, las situaciones con alta intensidad emocional, especialmente las negativas, provocarían un número elevado de sensaciones en poco tiempo (digamos, por ejemplo, veinte por minuto). La diferencia entre esa cantidad y el número habitual de sensaciones cuando nos encontramos en calma (por ejemplo, una por minuto) hace que percibamos todo más despacio. Es lo que sucede en una caída libre, o cuando esperamos angustiados a que llegue una llamada importante.

Por el contrario, los periodos en los que vivimos pocos sucesos relevantes suelen pasar más deprisa. Esto explica en parte por qué el confinamiento fue un periodo breve para muchas personas. Durante ese tiempo, los días avanzaron sin apenas cambios sustanciales.

¿Ad infinitum o tempus fugit?

La emoción es uno de los factores que más afecta a la experiencia del tiempo. Emociones como el miedo o la rabia se caracterizan por aumentar el estado de activación de la persona. Y la agitación interna hace que percibamos más lento todo lo que sucede a nuestro alrededor. Por eso, quienes sintieron niveles altos de estrés en el confinamiento también es más probable que vivieran un avance más lento de los días.

Pero, ¿acaso la alegría o el entusiasmo no son excitantes? ¿Por qué el tiempo “vuela” con ellas? Además del estado de activación, otro factor que influye en la velocidad del paso del tiempo es a dónde dirigimos la atención. Sentirse eufórico nos lleva a concentrarnos más en las sensaciones agradables. Como consecuencia, dejamos de controlar el transcurso de las horas y eso nos hace sentir que “vuelan”.

De la misma forma, las personas que han mantenido una rutina social placentera en el confinamiento perciben que todo ha pasado más deprisa. En esos casos, probablemente las conversaciones han sido el centro de atención, dejando en un segundo plano el curso del tiempo. Una carga de trabajo más elevada parece que también ha ayudado a desviar la atención.

El lado más negativo de la distorsión del tiempo aparece con la depresión y la ansiedad. Estos sentimientos generan un profundo malestar que motiva que la persona examine con frecuencia sus sensaciones y su evolución. Así, la depresión y la ansiedad tienden a dilatar las horas, que ya de por sí son angustiosas en ese estado. Esto es importante, dado el aumento de esos síntomas con la pandemia.

La persona y el tiempo

Aunque solemos representar el tiempo con la imagen de un reloj de agujas, el ritmo constante del segundero no se parece en nada a la continua aceleración y desaceleración que percibimos en el tiempo. Quizá se parezca más a un acordeón, que se contrae y dilata en su movimiento.

La realidad física del tiempo es constante, y la distancia entre un segundo y el siguiente nunca cambia. Es la realidad individual de cada persona la que deforma y reconstruye la sensación del tiempo. Y hace que vuele o se estanque.

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