Un reciente estudio revela conclusiones preliminares sobre la fragmentación del sueño y las trayectorias cognitivas después de una enfermedad crítica
El aislamiento producto de la pandemia ha trastocado a la población mundial más allá de haber o no padecido la dolencia. La diversidad de temores, angustias y preocupaciones han implicado precios en la calidad de vida de las personas. Entre ellas, el modo en que funciona el sueño y los procesos de cognición, temática que ha sido el eje de estudio de un paper presentado en estos días por la publicación especializada Chest.
Un dato revelador parece abrir alarmas al retrotraerse en otro hecho de impacto mundial. Algunos especialistas están trabajando sobre datos ocurridos precedentemente, como la epidemia de encefalitis letárgica se extendió por el mundo tras el fin de la Primera Guerra Mundial que sólo pudo ser combatida medio siglo más tarde. Un tercio de los cinco millones de afectados murió a partir de patologías mentales, mientras otros, se cayeron en coma. Hasta que un joven Oliver Sacks, por entonces neurólogo del hospital Monte Carmelo de Nueva York, se le ocurrió administrarles un nuevo medicamento en 1969. Una experiencia que, gracias a su libro primero, y el film después catapultó a la fama al profesional. Se trató de Despertares, obra y película que registraron el paso a paso de los últimos pacientes de aquél fenómeno.
Un nuevo estudio del University College de Londres ha advertido esta misma semana sobre una inesperada secuela del COVID-19 en una muestra de 43 pacientes que sufrieron disfunción cerebral temporal, derrames cerebrales, daño a los nervios u otros efectos cerebrales graves. Y Michael Zandi, del Instituto de la UCL de Neurología, y codirector del estudio, añadió: “Ya sea que veamos una epidemia a gran escala de daño cerebral relacionado con la pandemia, tal vez similar al brote de encefalitis letárgica en los años 1920 y 1930 después de la pandemia de gripe de 1918, aún está por verse”.
En un artículo publicado en The Lancet, se estudiaron las complicaciones neurológicas y neuropsiquiátricas de COVID-19 en 153 pacientes. Los síndromes clínicos generales asociados con COVID-19 se clasificaron como evento cerebrovascular, estado mental alterado, neuropatía periférica u otra. Se alentó a los médicos a informar los casos prospectivamente y fue autorizado que los casos recientes se notifiquen retrospectivamente.
77 (62%) de 125 pacientes presentaron un evento cerebrovascular, de los cuales 57 (74%) tuvieron un accidente cerebrovascular isquémico, nueve (12%) una hemorragia intracerebral y una (1%) vasculitis del SNC. 39 (31%) de 125 pacientes presentaron estado mental alterado, que comprende nueve (23%) pacientes con encefalopatía no especificada y siete (18%) pacientes con encefalitis. Diez (43%) de 23 pacientes con trastornos neuropsiquiátricos tenían psicosis de inicio reciente, seis (26%) tenían un síndrome neurocognitivo y cuatro (17%) tenían un trastorno afectivo. 18 (49%) de 37 pacientes con estado mental alterado tenían menos de 60 años y 19 (51%) tenían más de 60 años, mientras que 13 (18%) de 74 pacientes con eventos cerebrovasculares tenían menos de 60 años y 61 (82 %) pacientes eran mayores de 60 años. Por lo tanto, el estado mental alterado fue la segunda consecuencia más común en los pacientes, e incluyó encefalopatía o encefalitis y diagnósticos psiquiátricos primarios, que a menudo ocurren en pacientes más jóvenes.
La experiencia COVID-19
La vida cotidiana de las personas en todo el mundo se ha visto trastocada. Esto incluye la forma en que la gente duerme, según dos estudios publicados en la revista Current Biology.
Un informe realizado por el Departamento de Neurología de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong, Wuhan en China sugirió que más de un tercio de los 214 pacientes de COVID-19 estudiados experimentaron complicaciones neurológicas que van desde la pérdida del olfato hasta el accidente cerebrovascular.
Los sobrevivientes de la unidad de cuidados intensivos (UCI) pueden experimentar disfunción cognitiva y trastornos del sueño persistentes después de la hospitalización. Las alteraciones del sueño se han relacionado con el deterioro cognitivo en varias poblaciones de pacientes, y se ha relacionado con los trastornos relacionados con el sueño en la cognición.
La fragmentación del sueño estimada se asoció con un deterioro cognitivo peor a los siete días del alta de la UCI. Ninguna variable estimada por la actigrafía de la estimación del sueño a los siete días posteriores al alta de la UCI predijo deterioro cognitivo o anormalidades persistentes del sueño a los 6 y 12 meses de seguimiento en los sobrevivientes evaluados posteriormente.
En un reciente artículo publicado por Cambio 16 en España, médicos del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago, en Galicia, observaron secuelas en pacientes que superaron el tránsito del virus. Registraron cansancio extremo y trastornos del sueño en algunas personas contagiadas que han sido dadas de alta.
Chus Domínguez Santalla, médico internista en ese nosocomio, explicó allí los hallazgos encontrados en nueve decenas de pacientes vistos. En principio observó que la disminución cognitiva o de capacidad de dormir no se produjo solamente en enfermos de gravedad, sino que también comprometió a los que han tenido un ingreso convencional. Afirmó que la astenia es habitual en el 40% de los pacientes, “una fatiga que no se corresponde con la actividad que acaban de hacer”, aclaró. La observación continúa con otros hallazgos de valor: los síntomas se presentan independientemente de la edad y, en algunos casos, aparecen hasta dos meses después de haber padecido la enfermedad.
En declaraciones a France 24 la doctora Charlotte Bolton, profesora de medicina respiratoria en la Universidad de Nottingham, ha revelado también que pacientes dados de alta reportan “sueños vívidos, pérdida de los recuerdos durante su estancia en el hospital. Cuanto más prolongada haya sido la estadía en el hospital y más grave el cuadro, estos son los pacientes que tienen más probabilidades de tener síntomas persistentes tras seis semanas y después”.
Entre los pacientes hospitalizados por COVID-19 en Wuhan, China, más de un tercio experimentaron síntomas en el sistema nervioso, incluidas convulsiones y problemas de pérdida de conocimiento. En tanto, especialistas franceses informaron que el 84% de los pacientes de COVID-19 que habían ingresado a terapia intensiva experimentaron problemas neurológicos, y ese 33% continuó actuando confundido y desorientado cuando fueron dados de alta.
Es probable que los daños cerebrales no se distingan de aquellas que podrían tener una persona por el paso del tiempo, pero el coronavirus arrasa a muchos órganos al mismo tiempo. Es una hipótesis posible, si se toman experiencias previas de dolencias como la sífilis y el HIV, que se pueda esperar una virulencia o gravedad mayor en cuestiones cognitivas para su futuro en los pacientes curados de COVID-19.
Un informe relata el caso de una mujer de Los Ángeles de 40 años con dolor de cabeza, convulsiones y alucinaciones que tenía el ARN del coronavirus en su líquido cefalorraquídeo. La invasión indirecta del sistema nervioso puede darse a causa de la información generalizada que se suele visualizar como respuesta inmune del cuerpo. Otra forma en que el coronavirus puede dañar el sistema nervioso es indirectamente, a través de una inflamación generalizada causada por la respuesta inmune del cuerpo. Una de las principales teorías en la investigación del Alzheimer es que la inflamación acelera el desarrollo de la enfermedad.
Cierto es que la preocupación ha llevado a los pacientes dados de alta, pero con secuelas, a demandar atención. Un artículo publicado en España da cuenta de la formación de grupos de personas que reclaman que sean tratados fuera del cuadro de “ansiedad postraumática”. “Es muy común que los pacientes tengan trastorno de estrés postraumático después de pasar por eso: pesadillas, depresión y ansiedad porque tienen flashbacks y recuerdan lo que pasó”, declaró a un medio de ese país Lauren Ferrante, médica de la Escuela de Medicina de Yale que estudia los resultados de la recuperación tras una internación en terapia intensiva. “Esta experiencia de estar sumamente enfermo y sumamente solo amplifica el trauma”, sentenció.