Nicolás Galas tuvo una dura infancia en la que sufrió violencia y maltrato de su padre, consumió alcohol y vivió en la calle, pero tras concurrir a la Casa del Joven del Bajo Boulogne cambió su situación: retomó los estudios y consiguió un empleo.
“La Casa del Joven cambió mi vida para siempre; me devolvió las ganas de vivir”, expresa con emoción Nicolás Galas, de 24 años, que de chico sufrió humillaciones y golpes de su padre, que lo llevaron a vivir en la calle. Pero tras asistir al centro de adicciones y asistencia del Bajo Boulogne (Anchorena 2665) su vida cambió: hoy está en pareja, estudia y trabaja en una empresa metalúrgica.
Al igual que Nicolás, decenas de jóvenes concurren todos los días, de 10:00 a 17:00 a la Casa del Joven, para recuperarse de diferentes problemáticas como violencia intrafamiliar, adicciones de alcohol y drogas. Allí, reciben contención y realizan tratamientos a cargo de psicólogos y especialistas. Pero también se capacitan con cursos de percusión, peluquería, cocina, huertas, panadería, computación, formación en call center, entre otros. Además, de 18:00 a 22:00, practican deportes como boxeo y hockey.
Nicolás Galas desde muy chico padeció violencia física y verbal de su papá, sumado a los problemas con el alcohol que tenía su mamá, lo que lo llevó a pasar su tiempo en la calle. “Cuando estaba todo mal con mi papá era una semana de pelea. Encima mamá tomaba y se ponía mal. Era todo pelea y discusión”, confiesa el joven. Pero luego de conocer a Susana, una de las operadoras barriales de la Casa del Joven, se acercó a este centro para cambiar su vida por completo y “recuperar las ganas de vivir”. Primero jugó al fútbol, practicó boxeo, luego participó de los encuentros con psicólogos, asistió al taller de panadería, y desde hace unos meses trabaja como operario en una empresa metalúrgica de la zona norte.
“Antes de conocer este lugar, no sabía qué hacer de mi vida, no tenía ayuda de nadie. Tenía miedo de caer en cosas peores en la calle y hasta pensé en tirar la toalla. Mi papá no me hablaba, sólo me pegaba y sufría cada paliza. Él era violento con toda mi familia”, cuenta con voz entrecortada Galas.
Y sigue con su relato: “Entonces prefería estar en la calle, no tuve problemas con la droga, pero tomé alcohol. Estaba enojado con todos, con la vida misma. Hasta que un día en una esquina del barrio, se me acercó Susana y me contó sobre la Casa del Joven, al principio dudé, pero luego me decidí y fui. Sin dudas, fue la mejor decisión de mi vida, gracias a este lugar hoy soy otra persona”.
La Casa del Joven tiene un grupo multidisciplinario de especialistas compuesto por psicólogos, psiquiatras, asistentes sociales, docentes y operadores barriales para contener a chicos y abordar problemáticas como adicciones y violencia intrafamiliar, entre otras cuestiones.
En el centro de adicciones desde hace dos años también funciona el primer “Punto Digital” del distrito, un espacio de inclusión digital, que brinda conectividad, capacitaciones y acceso a las nuevas tecnologías.
“Esto surge de un convenio que firmó el Municipio con el Obispado de San Isidro para llevar adelante dos centros de contención y tratamiento de adicciones ubicados estratégicamente en zonas vulnerables en Beccar y el Bajo Boulogne. Desarrollamos el programa ‘de la esquina del trabajo’, con operadores barriales que salen a caminar por la zona, y generalmente, en las esquinas toman contacto con los jóvenes. Establecen vínculos, logran la confianza de ellos, y a partir de allí, los invitan a participar de las diversas actividades que se brindan en el centro”, explica Arturo Flier, secretario de Integración Comunitaria de San Isidro.
Las operadores barriales llevan adelante una de las tareas más importantes al recorrer las esquinas de las zonas vulnerables del Bajo Boulogne y también de Beccar, para contactarse con los chicos que necesitan ayuda. “Hacemos charlas, tomamos mates en las esquinas para generar un vínculo y para que puedan confiar en nosotros. Si bien al principio cuesta mucho, luego se logra insistiendo y yendo cada día a hablar con ellos”, señala Edith Sosa, conocida como “Bochi”, que trabaja como operadora barrial desde 2014 en la Casa del Joven.
“Los profesionales del lugar me hicieron reflexionar y ver la vida de otra manera. Cambié el pesimismo y la depresión por ganas de vivir y de soñar. Hoy estoy en pareja, decidí retomar el secundario y empecé a trabajar como operario en una metalúrgica, a la que accedí gracias a este centro. Le agradezco al Municipio y al Obispado por ayudar a los jóvenes y por cambiarle la vida”, finaliza entre lágrimas, Nicolás Galas.