Unas 15 mil personas disfrutaron de una jornada de música con la banda de Juanse y La Beriso como números centrales, y un amplio abanico de propuestas del indie y el reggae a los estilos más clásicos del género.
Por cuarto año consecutivo, el Festival Nuestro reunió a varias de las bandas más convocantes de la escena local, algunas de ellas ya consagrados y otras emergentes con buena proyección, en un clima de fiesta donde el rock fue el eje central, y el reggae, el indie y las propuestas urbanas sumaron colores a una jornada llena de música.
En esa atmósfera, bajo un piadoso cielo gris que se guardó la lluvia para otra ocasión, Los Ratones Paranoicos, La Beriso y Nonpalidece fueron quienes ocuparon los tres escalones más altos del podio de adhesión, entre las alrededor de 15 mil personas que se acercaron a Tecnópolis, donde también los rockeros El Bordo y Eruca Sativa, los folclóricos Huayra y los eclécticos El Kuelgue, entre muchos otros, redondearon una gran jornada para la escena local.
Fueron precisamente Los Ratones Paranoicos quienes, cerca de las 20, provocaron el primer gran estallido, cuando pisaron el Escenario Rock para darle comienzo a su último show del año, y quizá el punto de inicio de unas nuevas largas «vacaciones». «Buenas noches, gracias por estar aquí», saludó Juanse, antes de que el cuarteto, ampliado para la ocasión, abriera su nueva última vez con Ceremonia.
De pronto, aquel regreso de septiembre de 2017, antes unas 25 mil personas que coparon el Hipódromo de San Isidro, tras seis años de separación, su paso por el Cosquín Rock y la serie de shows que jalonaron la «segunda etapa» del grupo comenzaron a ser historia, mientras el cantante y líder del grupo, Sarco, Roy y Memi empezaban a desandar un repertorio lleno de hits y potencia rockera.
Con Vampiro, Juanse y los suyos pusieron a bailar a Tecnópolis, y encendieron su fuego sagrado con Juana de Arco. Siguieron El Centauro, y la blusera Damas negras. Sólidos, los Ratones avanzaron con su setlist hasta llegar a ese tema del riff pegadizo llamado Isabel, para luego viajar adentro de La nave, al ritmo de otro riff contagioso, pero más emparentado al funky, de la mano del gran Sarcófago.
El primer pogo llegó gracias a Sucia estrella, ese clásico astro pegadizo y paranoico que desde el aire no se ve. Y, de ahí en más, sólo munición gruesa: Rock del pedazo (no hizo falta que Juanse la cantara), Destruida roll, Rock del gato (otra en la que el público fue protagonista) y Cowboy, esa canción que da cuenta que esta clase de rock nadie la hace como el líder de los Ratones Paranoicos.
Sigue girando, El hada violada, Pesado burdel, Los verdaderos yYa morí. Cinco más de una lista sin puntos débiles, y en la recta final, Enlace (¿acaso el mejor tema de los Ratones?), esa tremenda canción que fue incluida en el segundo disco paranoico, Los chicos quieren rock, de 1988.
«Chau, gracias, viva el rock and roll», sentenció Juanse. Y el delirio tomó la posta. «Mucha risa por aquí…». Pero hubo un capítulo más. El cierre definitivo, el último gran momento de los Ratones, fue con Para siempre, ese himno compuesto junto a Andrés Calamaro cuando arrancaba el nuevo milenio. Y sonó a broche coherente, sostenido por un emotivo coro que fluyó desde el público.
Se acabó. Juanse dio a entender que llegó el final. «Gracias a todos por todos estos años de rock and roll. Viva Argentina. Hasta siempre, gracias por todo», vociferó. Y los aplausos se escucharon mucho más allá de las fronteras del predio.
Pero la programación no dio espacio para derramar lágrimas por los Ratones. La Beriso, una de las bandas de rock más masivas de esta época, salió a escena. Y lo hizo con potencia, claro, con Mañana: esa enérgica canción que perteneció al álbum Historias(2014). Los comandados por Rolando «Rolo» Sartorio avanzaron su lista con Legui, Mi banda de rock, Tiros y Otra noche más. Hasta que las palmas de los miles de fanáticos que se acercaron a Villa Martelli aparecieron al ritmo de Un error.
Y llegó una seguidilla letal: la muy coreada (y pogueada) Miradas, ese tema de protesta llamado Realidad, que dice «sobra el hambre y vos no parás con tu pecado capital», y otra en línea similar Risas de pobre, a la que Rolo implora que no haya gobernantes robando las risas de los más necesitados. La recorrida por sus ocho discos de estudio continuó con la potente Donde terminaré, la tranquila y melódica Andá a saber, y bajaron aún más la intensidad con Pensamientos, aquella que contiene una letra romanticona.
Con una intro de teclas recordando algunos de los temas más significativos del rock nacional, el pianista Conde Kung repasó emotivamente algunos himnos de Charly García, como De mi y Los dinosaurios, para darle entrada a un cover de Calamaro, Estadio azteca, ese lugar en el que Diego Armando Maradona frotó la lámpara durante el Mundial de 1986. «Dedicado a Maradona», deslizó Rolo, al señalarse su remera negra, que contenía la imagen de El Diez.
Para el cierre, los de Avellaneda volvieron a su zona de confort. Tan sola, No me olvides, y los aplaudidos Ella (en las pantallas pusieron cifras de femicidios en Argentina bajo el título de «Ni una menos») y Traicionero, fueron los elegidos para concluir su paso por el festival argento. Y fue celebración.
Apenas se esfumó la distorsión de La Beriso, en el escenario de enfrente, denominado Churro, los impecables músicos de Dancing Mood hicieron bailar a los que decidieron quedarse para disfrutar la medianoche en Tecnópolis. Mientras, miles de fans rockeros enfilaban para la salida… Un escueto setlist de siete canciones puso a mover las caderas a cientos que todavía tenían ganas de escuchar un poco más. Ska Boss, Non Stop, The Revenge, On The Good Road, Shoot In The Knee, You’re So Delightful y Police Woman, fueron los temas que repasó la banda instrumental nacida en los primeros días del nuevo milenio.
Finalmente, ya pasada la medianoche, el touch jamaiquino de Nonpalidece, una de las bandas actuales y más importantes del reggae argentino, acompañó el último tramo del encuentro. Aunque a esa altura ya muchos habían emprendido la retirada, a lo largo de unos 45 minutos, Néstor Ramljak y los suyos mostraron esa vibra fresca de melodías pegadizas que se convirtieron en su marca registrada.
Así, Ramljak alzó su puño para ponerse combativo ante la madrugada del domingo con Aswad, Tormenta, Abre tus ojos, Chalice y Buenos tiempos. Pero sin perder ternura y groove en canciones como Mi fortaleza, Tu presencia, Love Song y el medleyPara donde corrés sumado a La flor, El ciclo, Fin de siglo y Danger man.
Antes, mucho antes, Eruca Sativa ratificó su gran momento con un set que tuvo su más reciente lanzamiento, Barro y fauna, como núcleo central -de allí sonaron Abrepuertas, Confundiste, Justo al partir, Haku Malvin (El visitante), Japón, Armas gemelas y Nada salvaje-, al que rodearon con varios de los muchos puntos altos de su discografía: Para que sigamos siendo, El balcón -junto a Sol Pereyra quien también compartió con el grupo su tema Vamos dale!-, Magoo y la punkísima Queloquepasa.
Poco después, Bicicletas propuso su plan de pop/rock (o al revés), con eje en su reciente Dos lunas (2017) -de ahí sonaron Desde arriba, Lobo, Danza del hombre animal- y con un repaso del pasado, con Quema y 11 y 20. Una propuesta atractiva por su variedad estilística, contra la que en parte conspiró el excesivo volumen que licuó los matices sonoros del grupo.
Del lado de enfrente, sólo por la ubicación de los dos escenarios principales del Festival Nuestro 2018, Perota Chingó atrajo la atención de un interesante número de espectadores con su propuesta indie-folk, que transita entre el formato de la canción clásica, los aires folclóricos y algunos momentos de experimentación vocal que marcan la diferencia.